domingo, 26 de junio de 2011

Día 3: San Miguel de Tucumán - Cerro San Javier.

.



Cuando me levante para ir al baño me acorde de los mojitos que habiamos escabiado la noche anterior. Me dolía un poco la cabeza, la panza medio revuelta, y ese gusto en la boca seco y pastoso, bien de resaca. Eso era una molestia para arrancar a pedalear, sumada al cansancio de dormir poco. Afuera encima estaba feo, todavía llovía bastante y el cielo completamente nublado. Y sumado a eso, Marina nos estaba invitando a comer un delicioso asado al mediodía ahí en su casa, algo que desafortunadamente tuvimos que rechazar porque ya veníamos con la idea de la noche anterior de empezar el viaje con los chicos.

Así que nos despedimos apresuradamente de Marina agradeciéndole por tanta amabilidad y nos fuimos a encontrar a la plaza central con Jere y Mariano, para arrancar rumbo al cerro. La idea era hacer el circuito chico que sube hasta la cima y desde ahí retomar hasta la ruta 9 rumbo norte a los carnavales en Humahuaca. Faltaban varios días todavía para ese sábado en el que despiertan al diablo, por lo que contábamos con suficiente tiempo como para ir tranquilos. Pero el aliciente de ir acompañados por los chicos y tratando de acercarnos a su ritmo era motivo para que decidiéramos partir así tan a las corridas.

Nos encontramos con ellos cerca del mediodía, y como siempre seria desde entonces, ellos estaban listos esperándonos desde hacía ya un rato. Habían comprado unas empanadas, que picamos al paso para no perder mucho más tiempo y arrancamos.

Los primeros km fueron como si anduviera en bicicleta por primera vez. Aun no había despuntado como acomodar y distribuir bien el equipaje en la bici, por lo que se sentía muy diferente, y maniobrarla con agilidad teniendo el manubrio tan cargado y desequilibrado era bastante molesto. Uno cuando hace algo por primera vez trata de estar bien atento y minimizar las chances de mandarse una cagada. Por eso íbamos pedaleando despacito, sin forzar ningún musculo, en especial toda la zona de la rodilla que cuando se jode es complicado. Y sumado a esa atención interna a cada ruidito del cuerpo que está haciendo una actividad a la que no esta tan acostumbrado, venia también el testeo por primera vez del atuendo de ciclista nerd: calza con acolchadito, guantes, remera y medias dryfit sintéticas, casco, y ese tipo de artículos que a veces se asemejan más a talismanes de la suerte que a objetos prácticos.

Así venían transcurriendo los primeros 15 km, como un testeo tranquilo, hasta que de pronto al pie del cerro el camino se puso definitivamente empinado. Si bien era algo que esperábamos pues sabíamos que la cima estaba en nuestra ruta, siempre uno putea por dentro cuando ve a lo lejos que está yendo hacia una subida complicada. Así que encare con envión pedaleando fuerte, pero al toque fui perdiendo impulso, quedando solamente con la potencia que tiraban mis piernas en el cambio más livianito, a esa velocidad que es casi paso de hombre y en donde apenas uno se mantiene en equilibrio. Venia tirando concentrado en no caerme, cuando al mirar para atrás veo que los chicos hacía una cuadra que estaban parados. Es que Marketa se había bajado de la bici, y debido a la subida no podía volver a arrancarla y pedalear. Intentó caminar empujándola pero era aun mas difícil… así no íbamos a ningún lado. El viaje recién empezaba y ya estábamos complicados.

Es aquí entonces donde Jeremías tuvo el gran gesto solidario de alivianarle el peso a la bici de Marketa, cargando él la mochila de ella en su carrito. Quizás fue porque la bici quedó más liviana, quizás porque Jere logró transmitirle fuerza y equilibrio, la cuestión es que Marketa pudo entonces retomar la pedaleada. Así fueron entonces transcurriendo los siguientes km, bien despacio, en fila india, íbamos subiendo la ruta zigzagueante que nos llevaba a la punta del cerro. Durante todo el primer tramo, Jere iba acompañando a Marketa en su ritmo, buscando por sobre todo transmitirle la idea de esa pedaleada suave pero constante que cada uno tiene. Alrededor, el paisaje iba dando su aporte para enseñarnos por primera vez ese estado místico de conciencia que se logra en esas interminables subidas. Estábamos rodeados por una vegetación muy frondosa, donde no quedaba espacio libre que no fuera verde. De esos paisajes en donde ni el marrón del tronco de los arboles se pueden ver porque estos ya fueron cubiertos por enredaderas. Y era de entenderse esa exuberancia debido al clima, pues había una llovizna muy tenue pero persistente que parecía ser habitual en esa época que andábamos. Lo único que molestaba un poco era la cantidad de autos que había circulando y que apenas nos veían por la fría neblina que iba en aumento con el correr de la tarde.

Hicimos un par de paradas durante esas horas, para elongar y comer algo de fruta, galletitas y mate. Ahí aproveché también para fijar mejor las alforjas con un poco de alambre, porque venían bamboleándose demasiado y se ponían molestas para el equilibrio. Por momentos lloviznaba mas, por momentos menos…así que al pilotín de lluvia lo tuvimos siempre a mano.

Ya cuando se iba poniendo más oscuro, todavía estábamos en constante subida. A mí personalmente ya me había ganado el cansancio, y esa neblinita lluviosa y fría ya me había penetrado hasta los huesos y mojado la ropa. Así que decidimos buscar donde acampar, algún piso seco donde poner las carpas para pasar la noche. Primero paramos a preguntar en una casa, pero no tenia mejor lugar para poner las carpas que el pasto encharcado debajo de un árbol. Pero nos tiraron como referencia un lugar más arriba, en donde había un tinglado de chapa que usan en la comuna. Ahí fuimos, y si bien no había gente a quien preguntar nada, encontramos entre la niebla un piso con techo de chapa, junto a unos baños públicos. Para el tema comida, había a unos metros una despensita en donde conseguimos algunas verduras, escabio, pan y unos fideos que también compramos. Estaban meta cumbia y desfilaban porrones a dos manos, se ve que todos los de la zona se juntaban ahí a pasar el rato. Nosotros nos pusimos las carpas debajo del tinglado, y con mi machete mariano consiguió madera suficiente como para cocinar y calentarnos durante gran parte de la noche.

Fue grandioso sentir ese poder revitalizante y motivador del fuego. Porque veníamos bastante desmoralizados tras un día de tanta subida y con dudas en cuanto a nuestra capacidad física para afrontar caminos tan empinados y yendo cargados de equipaje. Pero el fuego y una comida bien contundente de pastas y verduras nos trajeron de vuelta el buen humor, y fortalecieron las ganas de seguir.
El cansancio nos vino de pronto con la digestión tras la cena, y de a poco nos fuimos yendo a dormir. A lo lejos, los guachines seguían con la cumbia cada vez más fuerte, y se oía ese griterío de borrachos. Así que amarramos con candado las bicis, y por seguridad me metí el machete dentro de la carpa. No como defensa, poco me ayudaría, sino por lo menos para no dejárselo a mano a alguno que pasara cerca. Mientras me dormía, si bien estaba tranquilo, los pensamientos en mi cabeza giraban en torno a la sensación de vulnerabilidad. En esa carpita, tan expuestos a que el mas tonto de los borrachos nos pudiera hacer alguna una picardía, tratando de dormir después de un día de extenuante pedaleada en donde apenas subimos unas decenas de km. Además, sin saber cuan empinada seria la subida del siguiente dia, ni cuanto faltaba para llegar a la cima del cerro donde se encuentra el Cristo. Sabía que todo saldría bien y que se iría acomodando de alguna manera, pero todavía no confiaba completamente en ese axioma. Mejor dormir y esperar el panorama que nos depararía el siguiente día. Afuera la noche era fría, y todo estaba oculto bajo esa neblina que por momentos llegaba a llovizna que mojaba de costado.

No hay comentarios: